A veces parecemos perdidos surfeando en la misma gran ola que presiona la vida en colectivo, la fuerza potente de la sociedad en la que vivimos. Siempre lo más cómodo es cabalgar en esa ola tranquilitos, al compás de los que van al lado… Que no sea que por moverme un poco me salga de la ola y termine revolcada, asfixiada y maltrecha entre la espuma. Por eso no nos damos cuenta de que esa revolcada tiene su punto importante: el de la adrenalina y el de la conciencia. Esa revolcada te pone en situación, te hace tomar conciencia de tu propia vida, te exige vivir el despiste, sentir el vértigo, aceptar el desajuste, y buscar la tabla en la que surfeábamos, buscar esa plataforma que nos exige revisar nuestras destrezas individuales. Cuando hablamos de comunicación y liderazgo solemos pensar siempre en el liderazgo como aptitud exclusiva de unos que vienen predestinados en medio de esa “ola”, y que si no fuese por ella serían tan comunes y llanos como cualquiera. Algo así com
Hablaba con una amiga sobre las pérdidas. Esas que duelen incluso más, porque se meten en el cuerpo y las sienten las células… Cuando pierdes a alguien que has querido mucho, cuando pierdes una ilusión, cuando pierdes una posición, cuando pierdes un trabajo, cuando pierdes una oportunidad que nunca supiste que lo era o que siempre estuvo allí y por obra del despiadado destino no pudiste coger o aprovechar. Perder no produce ninguna buena sensación, pero la gente que ha alcanzado el nirvana dice que hay que pasar por este camino de pérdidas para fortalecerse interiormente. Esto aplicado a la vida más trascendente tiene todo el sentido. Viéndolo, por el contrario, en la cotidianidad hay muchas cosas que empiezo a meditar sobre el enfoque de nuestras acciones y cómo priorizamos nuestra presencia y visibilidad en este mundo y en el submundo online, como empresas, como personas, como colectivos. Que luego aparecen las crisis, empezaremos a darnos golpes de pecho y parece que nunca es